17 febrero, 2012

Las lenguas también se mueren (y 2)

Mucho más cerca de nuestra época se encuentra el gótico, lengua de los godos, originarios de Escandinavia que se extendieron por Europa oriental y meridional. El texto más antiguo que permite el estudio de esta lengua es la traducción de la Biblia que hacia la mitad del siglo IV hizo el obispo arriano Ulfilas. Aunque se trate de un lenguaje religioso, influido por el griego, y alejado por tanto del habla normal, su valor es decisivo a la hora de estudiar las lenguas germánicas.
El córnico, lengua celta hablada en Cornualles, dejó de emplearse a finales del siglo XVIII a causa de la presión del inglés. Mucho antes, en los siglos V y VI, el ataque de los sajones había obligado a emigrar a pueblos celtas de esta zona, que llegaron a la Bretaña francesa, donde conservarían su lengua, el bretón.
Una de las lenguas romances desaparecidas es el dálmata, cuyo último hablante, Antonio Udina, murió en 1898. Se usaba en la costa de la antigua Yugoslavia y de ella se conservan documentos redactados entre los siglos XIII y XVI. Con su extinción se perdió una lengua romance más de las que en su momento existieron en la península de los Balcanes y que servían de enlace con el rumano, última avanzada oriental en Europa de los idiomas derivados del latín.
El continente americano ofrece también múltiples ejemplos de desaparición de lenguas. Este proceso continúa en nuestros días y es fácilmente predecible, toda vez que conocemos la existencia de lenguajes cuyos hablantes se cuentan apenas por unos centenares, cuando no son algunas decenas o hasta unos cuantos individuos los que los utilizan.
Caso muy diferente es el de aquellas otras, como el griego clásico o el latín que, aunque habiendo desaparecido en tanto que lenguas vivas, perduran todavía como vehículos culturales a través de las muchas y hermosas obras que se conservan.
En el caso de las lenguas podemos afirmar como aquel anuncio que prevenía contra el fuego: "cuando un bosque se quema, algo tuyo se quema" y al que la sabiduría popular añadía "señor conde", en este caso cuando una lengua se muere, algo nuestro se muere.

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